jueves, 10 de mayo de 2012


Libro Primero Amadis de Gaula
Aquí comienza el Primer Libro del esforzado caballero Amadís, hijo del Rey Perión de Gaula y de la Reina Elisena
El cual fue corregido y enmendado por el honrado y virtuoso caballero Garci Rodríguez de Montalvo, regidor de la villa de Medina del Campo, y corrigióle de los antiguos originales que estaban corruptos y mal compuestos en antiguo estilo por falta de los diferentes y malos escritores, quitando muchas palabras superfluas, y poniendo otras de más pulido y elegante estilo tocantes a la caballería y actos de ella.
 No muchos años después de la Pasión de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo, fue un rey muy cristiano en la pequeña Bretaña, por nombre llamado Garinter, el cual, siendo en la ley de la verdad de mucha devoción y buenas maneras acompañado. Este rey hubo dos hijas en una noble dueña su mujer, y la mayor casada con Languines, rey de Escocia, y fue llamada la dueña de la Guirnalda, porque el rey su marido nunca la consintió cubrir sus hermosos cabellos sino de una muy rica guirnalda, tanto era pagado de los ver; de quien fueron engendrados Agrajes y Mabilia, que así de uno como caballero y de ella como doncella en esta gran historia mucha mención se hace. La otra hija, que Elisena fue llamada, en gran cantidad mucho más hermosa que la primera fue; y comoquiera que de muy grandes príncipes en casamiento demandada fuese, nunca con ninguna de ellos casar le plugo, antes su retraimiento y santa vida dieron causa a que todos beata perdida la llamasen, considerando que persona de tan gran guisa, dotada de tanta hermosura, de tantos grandes por matrimonio demandada, no le era conveniente tal estilo de vida tomar. Pues este dicho rey Garinter siendo en asaz crecida edad, por dar descanso a su ánimo algunas veces a monte y a caza iba. Entre las cuales saliendo un día desde una villa suya que Alima se llamaba, siendo desviado de las armadas y de los cazadores andando por la floresta sus horas rezando, vio a su siniestra una brava batalla de un solo caballero que con dos se combatía, él conoció a los dos caballeros que sus vasallos eran, que por ser muy soberbios y de malas maneras y muy emparentados, muchos enojos de ellos había recibido. Mas aquél que con ellos se combatía no los pudo conocer y no se fiando, tanto en la bondad del uno que el miedo de los dos se quitase, apartándose de ellos la batalla miraba, en fin de la cual por mano de aquél de los dos fueron vencidos y muertos. Esto hecho el caballero se vino contra el rey y como solo lo viese, díjole:
—Buen hombre, ¿qué tierra es ésta, que así son los caballeros andantes salteados?.
El rey le dijo:
—No os maravilléis de eso, caballero, que así como en las otras tierras hay buenos caballeros y malos, así los hay en ésta, y esto que decís no solamente a muchos han hecho grandes males y desaguisados, mas aun al mismo rey su señor sin que de ellos justicia hacer pudiese; por ser muy emparentados han hecho enormes agravios y también por esta montaña tan espesa donde se acogían.
El caballero le dijo:
—Pues a ese rey que decís vengo yo a buscar de lejanas  tierras y le traigo nuevas de un su gran amigo, y si sabéis dónde hallarlo pueda ruégoos que me lo digáis.
El rey le dijo:
—Como quiera que acontezca no dejaré de os decir la verdad, sabed ciertamente que yo soy el rey que demandáis.
El caballero quitando el escudo y yelmo, y dándolo a su escudero lo fue a abrazar diciendo ser el rey Perión de Gaula que mucho le había deseado conocer. Mucho fueron alegres estos dos reyes en se haber así juntado, y hablando en muchas cosas se fueron a la parte donde los cazadores eran para se acoger a la villa, pero antes le sobrevino un ciervo que de las armadas muy cansado se colara, tras el cual los reyes ambos al más correr de sus caballos fueron pensando lo matar, mas de otra manera les acaeció, que saliendo de unas espesas matas un león delante de ellos al ciervo alcanzó y mató, habiéndole abierto con sus muy fuertes uñas, bravo y mal continente contra los reyes mostraba. Y como así el rey Perión le viese, dijo:
—Pues no estaréis tan sañudo que parte de la caza no nos dejéis.
Y tomando sus armas descendió del caballo, que adelante, espantado del fuerte león ir no quería, poniendo su escudo delante, la espada en la mano al león se fue, que las grandes voces que el rey Garinter le daba no lo pudieron estorbar. El león asimismo dejando la presa contra él se vino y juntándose ambos teniéndole el león debajo en punto de le matar, no perdiendo el rey su gran esfuerzo, hiriéndole con su espada por el vientre, lo hizo caer muerto ante sí, de que el rey Garinter mucho espantado entre sí decía:
—No sin causa tiene aquél fama del mejor caballero del mundo. Esto hecho, recogida toda la campaña hizo en dos palafrenes cargar el león y el ciervo y llevarlos a la villa con gran placer. Donde siendo de tal huésped la reina avisada, los palacios de grandes y ricos atavíos, y las mesas puestas hallaron; en la una más alta se sentaron los reyes y en la otra junto con ella, Elisena, su hija; y allí fueron servidos como en casa de tan buen hombre se debía. Pues estando en aquel solaz, como aquella infanta tan hermosa fuese y el rey Perión por el semejante, y la fama de sus grandes cosas en armas por todas las partes del mundo divulgadas, en tal punto y hora se miraron que las gran honestidad y santa vida de ella no pudo tanto, que de incurable y muy gran amor presa no fuese, y el rey asimismo de ella, que hasta entonces su corazón, sin ser juzgado a otra ninguna, libre tenía, de guisa que así el uno como el otro estuvieron todo el comer casi fuera de sentido. Pues alzadas las mesas, la reina se quiso acoger a su cámara y levantándose Elisena cayóle de la falda un muy hermoso anillo que para se levar del dedo quitara y con la gran turbación no tuvo acuerdo de lo allí tornar y bajóse por tomarlo, mas el rey Perión que cabe ella estaba quiso se lo dar, así que las manos llegaron a una sazón y el rey tomóle la mano y apretósela. Elisena tornó muy colorada y mirando al rey con ojos amorosos le dijo pasito que le agradecía aquel servicio.
—¡Ay, señora! —dijo él—, no será el postrimero; mas todo el tiempo de mi vida será empleado en os servir.
Ella se fue tras su madre con tan gran alteración que casi la vista perdida llevaba, de lo cual se siguió que esta infanta, no pudiendo sufrir aquel nuevo dolor que con tanta fuerza al viejo pensamiento vencido había, descubrió su secreto a una doncella suya, de quien mucho fiaba, que Darioleta había nombre, y con lágrimas de sus ojos y más del corazón le demandó consejo en cómo podría saber si el rey Perión otra mujer alguna amase, y si aquel tan amoroso semblante que a ella mostrado había, si le viniera en la manera y con aquella fuerza que en su corazón había sentido. La doncella, espantada de mudanza tan súpita en persona tan desviada de auto semejante, habiendo piedad de tan piadosas lágrimas, le dijo:
—Señora, bien veo yo que según la demasiada pasión que aquel tirano amor en vos ha puesto, que no ha dejado de vuestro juicio lugar donde consejo ni razón aposentados ser puedan, y por esto, siguiendo yo, no a lo que a vuestro servicio debo, mas a la voluntad y obediencia, haré aquello que mandáis, por la vía más honesta que de mi poca discreción y mucha gana de os servir hallar pudieren.
Entonces partiéndose de ella se fue contra la cámara donde el rey Perión posaba y halló a su escudero a la puerta con los paños que le quería dar de vestir, y díjole:
—Amigo, id vos a hacer algo, que yo quedaré con vuestro señor y le daré recaudo.
El escudero, pensando que aquello por más honra se hacía, dióle los paños y partióse de allí. La doncella entró en la cámara do el rey estaba en su cama, y como la vio, conoció ser aquélla con quien había visto más que con otra a Elisena hablar, como que en ella más que en otra alguna se fiaba, y creyó que no sin algún remedio para sus mortales deseos allí era venida, y estremeciéndosele el corazón le dijo:
—Buena doncella, ¿qué es lo que queréis?.
—Daros de vestir, dijo ella.
—Eso al corazón había de ser —dijo él—, que de placer y alegría muy despojado y desnudo está.
—¿En qué manera?, dijo ella.
—En que viniendo yo a esta tierra —dijo el rey—, con entera libertad, solamente temiendo las aventuras que de las armas ocurrirme podían, no sé en qué forma entrando en esta casa de estos vuestros señores, soy llagado de herida mortal, y si vos, buena doncella, alguna medicina para ella me procuraseis, de mí seríais muy bien galardonada.
—Cierto, señor —dijo ella—, por muy contenta me tendría en hacer servicio a tan alto hombre de tan buen caballero como vos sois, si supiese en qué.
—Si me vos prometéis —dijo el rey—, como leal doncella de lo no descubrir, sino allá donde es razón, yo os lo diré.
—Decídmelo sin recelo —dijo ella—, que enteramente por mí guardado os será.
—Pues amiga, señora —dijo él—, dígoos que en fuerte hora yo miré la gran hermosura de Elisena vuestra señora, que atormentado de cuitas y congojas soy hasta en punto de la muerte, en la cual si algún remedio no hallo, no se me podrá excusar.
La doncella, que el corazón de su señora enteramente en este caso sabía, como ya arriba oísteis, cuando esto oyó fue muy alegre, y díjole:
—Mi señor, si me vos prometéis, como rey, en todo guardar la verdad a que más que ningún otro que no lo sea obligado sois, y como caballero que según vuestra fama por la sostener tantos afanes y peligros habrá pasado, de la tomar por mujer cuando tiempo fuere, yo la pondré en parte donde no solamente vuestro corazón satisfecho sea, mas el suyo que tanto o por ventura más que él es culta y en dolor de esa misma llaga herido, y si esto no se hace, no vos la cobraréis ni yo creeré ser vuestras palabras de leal y honesto amor salidas.
El rey, que en voluntad estaba ya imprimida la permisión de Dios para que de eso se siguiese lo que adelante oiréis, tomó la espada que cabe sí tenía y poniendo la diestra mano en la cruz dijo:
—Yo juro en esta cruz y espada con que la orden de caballería recibí, de hacer eso que vos, doncella, me pedís, cada que por vuestra señora Elisena demandado me fuere.
—Pues ahora holgad —dijo ella—, que yo cumpliré lo que dije.
Y partiéndose de él se tornó a su señora y contándole la que con el rey concertara, muy grande alegría en su ánimo puso, y abrazándola le dijo:
—Mi verdadera amiga, cuando veré yo la hora que en mis brazos tenga aquél que por señor me habéis dado.
—Yo os lo diré —dijo ella—: Ya sabéis, señora, cómo aquella cámara en que el rey Perión está tiene una puerta que a la huerta sale, por donde vuestro padre algunas veces sale a recrear, que con las cortinas ahora cubierta está, de que yo la llave tengo; pues cuando el rey de allí salga yo la abriré y siendo tan noche que los del palacio sosieguen, por allí podremos entrar sin que de ninguno sentidas seamos, y cuando sazón sea salir yo os llamaré y tornaré a vuestra cama.
Elisena, que esto oyó, fue atónita de placer que no pudo hablar y tornándose en sí díjole:
—Mi amiga, en vos dejo toda mi hacienda, mas ¿cómo se hará lo que decís, que mi padre está dentro en la cámara con el rey Perión, y si lo sintiese seríamos todos en gran peligro?.
—Eso —dijo la doncella—, dejad a mí que yo lo remediaré.
Con esto se partieron de su habla y pasaron aquel día los reyes y la reina y la infanta Elisena en su comer y cenar como antes, y cuando fue noche. Darioleta apartó al escudero del rey Perión y díjole:
—¡Ay, amigo, decidme si sois hombre hidalgo!.
—Sí soy —dijo él—, y aun hijo de caballero, mas ¿por qué me lo preguntáis?.
—Yo os lo diré —dijo ella—, porque querría saber de vos una cosa; ruégoos, por la fe que a Dios debéis y al rey vuestro señor, me la digáis.
—Por Santa María —dijo él—, toda cosa que yo supiese os diré, con tal que no sea en daño de mi señor.
—Eso os otorgo yo —dijo la doncella—, que ni os preguntaré en daño suyo, ni vos tendríais razón de que me lo decís, mas lo que yo quiero saber es que me digáis cuál es la doncella que vuestro señor ama de extremado amor.
—Mi señor —dijo él—, ama a todas en general, mas cierto no le conozco ninguna que él ame de la guisa que decís.
En esto hablando, llegó el rey Garinter donde ellos estaban hablando y vio a Darioleta con el escudero y llamándola le dijo:
—Tú, ¿qué tienes que hablar con el escudero del rey?.
—Por Dios, señor, yo os lo diré, él me llamó y me dijo que su señor ha por costumbre de dormir solo y cierto que siente mucho empacho con vuestra compaña.
El rey se partió de ella y fuese al rey Perión y díjole:
—Mi señor, yo tengo muchas cosas de librar en mi hacienda y levántome a la hora de los maitines, y por vos no dar enojo, tengo por bien que quedéis solo en la cámara.
El rey Perión le dijo:
—Haced, señor, en ello como os más pluguiere.
—Así place a mí, dijo él. Entonces conoció él que la doncella le dijera verdad y mandó a sus reposteros que luego sacasen su cama de la cámara del rey Perión. Cuando Darioleta vio que así en efecto viniera lo que deseaba, fuese a Elisena, su señora, y contóselo todo como pasara.
—Amiga, señora —dijo ella—: ahora creo, pues, que Dios así lo endereza, que esto que, al presente, yerro parece, adelante será algún servicio suyo.
—Decidme lo que haremos, que la gran alegría que tengo me quita gran parte del juicio.
—Señora —dijo la doncella—, hagamos esta noche lo que concertado está, que la puerta de la cámara que os dije que ya la tengo abierta.
—Pues a vos dejo el cargo de me llevar cuándo tiempo fuere.
Así estuvieron ellas hasta que todos se fueron a dormir.




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